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sábado, 28 de agosto de 2010

SORPRESIVA CARTA DE ADÁN - HF


Seguramente me conocen, soy Adán, el primer hombre, y no me pregunten porqué, pero todavía estamos viviendo aquí todos nosotros, esta interminable familia de todos los tiempos.
Sólo les quería hablar de mí y de ella, de la primera mujer.
Ni se como es que aparecimos en este lugar tan espléndido, verde, repleto de animales, de sonidos y aromas, uno mas hermoso que el otro, aunque se llegó a decir que después de haberse formado todo esto, a mi me modelaron en el barro, soplándome la nariz para darme vida.
Puede ser, pues todavía me pica, suelo estornudar con frecuencia, seguramente porque aquí seguimos sin usar otra ropa que estas hojas de parra, y el agua que a veces me gotea tal vez sea un vestigio del aliento de quien se supone me inventó, aunque, les confieso, nunca se pudo ver a nadie por aquí que nos precediera, excepto animales y plantas.
También se comentó que mi hermosa mujer Varona - así es como ella se llama en realidad y no… “Eva”, que es una mera reducción de su nombre y de mi voz al llamarla: “¡Eh, Varona!”- fue creada con una de mis costillas, supuestamente extirpada mientras yo dormía, pero tampoco puedo dar certezas de eso, pues no tengo ninguna marca o cicatriz que lo certifique. Hay dolores, pero también en muchas otras partes del cuerpo.
También se han contado otras historias acerca de nosotros, como esa de que primero fui inventado yo, que después, como para que no me aburriera demasiado, fueron hechos los animales y las plantas para acompañarme, y como todo eso no llegaba a conformarme tuvieron que fabricar a Varona con esa famosa costilla mía. Esto es absolutamente falso, pues fue en un radiante día de sol cuando Varona y yo despertamos súbitamente en este lugar, maravillados y sin todavía haber podido dormir jamás anteriormente. Después si, mucho.
Incluso se habló de un extraño árbol de frutos prohibidos, dato también falso, pues nunca dejamos de paladear la infinidad de frutas que nos ofrece este hermoso lugar, en especial el manjar favorito de Varona y mío: la manzana deliciosa. Asimismo se ha fabulado acerca de la existencia de una serpiente maligna, que vaya a saberse porqué no se le podría haber ni escuchado ni dirigido la palabra, cuando aquí no hacemos distinciones a la hora de saludar o hablar con animales, del tipo que sean.
No quisiera pecar de ser el iniciador de la historia de la locura humana, pero debo confesar que en medio de toda esta apacible armonía, a veces por aquí se intuye una curiosa presencia, invisible a los ojos, una especie de sospecha de algo, tal vez apreciable por algún sentido lamentablemente ausente en nosotros, una sensibilidad no provista en este caso, una percepción que habrá de conseguir quien tenga la capacidad de hacerlo, exclusivamente por las suyas. Pero algo ocurre en este lugar, algo hay que no se puede llegar a comprender.
Nos gustaría, como las primeras personas que somos, poder ayudarles a vislumbrar el origen de esta inquietud, pero lamentablemente esa ayuda resulta imposible.
Tal vez haya entre nuestros sucesores quienes dediquen sus vidas a encontrar una respuesta, pero desde aquí, desde el inicio de la humanidad, yo, Adán, les digo que es inútil tratar de comprender todo esto, pues el gran misterio comenzó con nosotros.
Muchas veces la sorprendo a Varona juntando sus manos, hablando con el aire, con nadie, y comparto sus lágrimas al sentir la ausencia de ese pequeño lazo que podría ponernos en contacto con esa intuida, invisible presencia.
Tal vez hayan muchas razones para nuestra desazón, pero las que mas están a mi alcance son que, o bien quien nos haya creado ya se ocupa de engendrar otras cosas, muy lejos de aquí, o que tal vez ese fundamental órgano conocedor del gran misterio, instrumento del que irremediablemente ya no estamos provistos, haya sido aquella bendita, dolorosa costilla, sacrificada para siempre, pero paradójicamente la artífice de la presencia de mi amada Varona, y de todo el amor que comparto con ella.
Así es pues, las cosas son como son, el dolor nació aquí, con nosotros. Tal vez éste se trate simplemente de un sistema de alarma no perfeccionado, grosero y despiadado, en este posible primer intento de Creación. El ineludible dolor, quizás un modo de alerta ya no necesario en otros intentos mejorados, de los que lamentablemente no formamos parte. Y si existen otras realidades superiores, no compartidas por nosotros aún, bienaventurados los que la disfrutan. Que les aproveche.
Pero sin querer finalizar esta carta con sabor a tristeza, esa hija favorita del dolor, celebro este sorpresivo encuentro con ustedes, esperemos poder continuarlo, queridos actuales. Por último quisiera hacer una pequeña recomendación, en este caso dirigida solamente a todos los grandes pintores de la historia. Es que, por favor, dejen de cometer el error de pintarnos a Varona y a mí con ombligos, porque carecemos de ellos. No olviden que no fue necesario cortarnos cordones umbilicales al nacer. Nunca los hubo en nosotros.
Con cariño
Adán

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