El Comando Amelia es un comando de alumbrado, barrido y limpieza,
de acción pequeña pero contribuyente.
¡AMELIA VENCE!

sábado, 7 de abril de 2012

EL PAISA - HF

















El negrazo Paisa tiene unas increíbles manos como de cuero,
la boca torcida por algún percance en su sistema nervioso
y el pelo teñido a la antigua, seguramente con tintura La Carmela.
Es mozo desde los dieciséis años y su forma de servir la mesa
es muy amable, y algo nerviosa, temblorosa.
Debe tener unos sesenta y pico, y tantos años de Buenos Aires
ya casi le borraron su acento cordobés.
Esa noche era tan agradable su presencia
depositando en nuestra mesa las delicias de la cantina La+Linda,
que cada vez que lo hacía Anita parpadeaba a toda velocidad,
como lo hace cada vez que algo le gusta mucho,
Gaby emanaba como nunca sus elixires
y yo casi entraba en uno de mis brotes.
Deliciosa y amable cena.
Tras la seguidilla de incursiones del Paisa en nuestra mesa,
vendría un postre inimaginado, que comenzó con los relatos
del inolvidable mozo, de su pasión por la música folklórica,
de su desembarco en Buenos Aires a los dieciséis años
y de cómo ahora algunos comensales de la cantina
agradecen emocionados poder escuchar sus dotes de folklorista.
Ante esta insinuación, Gaby le pidió
que nos mostrara algo de eso que decía hacer tan bien.
“¡Cómo no!”, dijo entusiasmado el Paisa
y se puso a vaciar una mesa contigua
y a darle pequeños golpes en diferentes partes,
diciendo que había que encontrar
el sonido más lindo que se le pudiera sacar.
Allí comenzó la inesperada tormenta rítmica.
El golpetear sobre la mesa  comenzó a emular
a un bombo legüero desenfrenado y sus manos troncosas
a hacer una danza que más de una serpiente envidiaría
para hipnotizar víctimas, en este caso nosotros tres.
Cuando esa boca torcida se abrió para emitir
una voz terrosa que parecía surgir
de los mismísimos ovarios de la Pachamama
y mostrar unas encías rojas
con unos pocos dientes hundidos en ellas,
la situación se puso más que emocionante.
Los parpadeos frenéticos de Anita,
la excesiva emanación de elixires de Gaby
y mi proximidad al brote se hicieron importantes,
y al ritmo de una enloquecida chacarera,
comenzó a desgranar con su sorprendente voz
la historia de un viejo gaucho a quien su pequeño hijo
le preguntaba qué cosa era la patria,
que culminó en un gigantesco y retumbante alarido
que ya no salió de la boca del Paisa
sino de la de un altísimo gaucho de pelo blanco
que súbitamente parado frente a nosotros
le gritaba a un niño con cara y manos llenas de tierra
“¡la patria es usted, m’hijito!”
Mientras el eco devolvía el último repiquetear
de la hipnótica y brutal chacarera sobre la mesa,
y las botellas y las copas dejaban de tintinear,
el enorme viejo gaucho y el niño volvieron a ser el Paisa,
que nos saludaba orgulloso después de haber hecho su número.
Aplaudíamos a rabiar. Habíamos recibido un regalo inesperado.
Sin tener que haber atravesado el mundo de las cotizaciones artísticas
y los cálculos publicitarios, resultó que el arte puro andaba por aquí,
al alcance de cualquiera que estuviese cenando
en una vieja cantina de Villa Crespo.
Y no me vengan a decir que los ángeles tienen que ser todos lindos.

3 comentarios:

Vero dijo...

QUE BUENO! Recorriendo el noroeste de córdoba se pueden encontrar esas manos ...y un millar de anécdotas, sólo hay que tener tiempo para adentrarse por calles infinitas y guadales profundos, y en el lugar más inesperado bajo un árbol yal lado de un perro...hay una historia esperando...genial el relato!

El Sudaca Renegau dijo...

¡¡¡Qué lo parió, Nigger!!! Me voy al sobre con el alma pipona.

Anónimo dijo...

MI ABUELO , roberto manzanelli , el paisa , mi ejemplo a seguir y mi idolo por sobre todas las cosas si vos vieras lo contento que estaba mostrandole este libro a toda la familia