El Comando Amelia es un comando de alumbrado, barrido y limpieza,
de acción pequeña pero contribuyente.
¡AMELIA VENCE!

martes, 22 de mayo de 2012

BONDI - HF



Hacía tiempo que no viajaba en colectivo y  ayer decidí darme el gusto de poder disfrutar de tantas historias inspiradoras que hace tiempo pude vivir en los amados vehículos de nuestra ciudad, así que suspirando de placer y dispuesto a deleitarme con un nuevo viaje y a enfrentarme con toda la aventura, me fui a esperar en la parada, relajado pero muy ansioso. Hasta que el colectivo llegó. 
Y curiosamente no tuve que dar ni un solo paso sobre el asfalto para subir. Porque se detuvo exactamente frente a mí, muy suavemente, pegado a la vereda. 
Una prolijidad y un respeto inusuales. 
Ya con este extraño comienzo me embarqué en el 60.
La siguiente sorpresa iba a ser que el colectivero fuera alguien tan elegante, tan bien vestido y dueño de una estampa envidiable. Una rara mezcla de Sean Connery y Roger Moore. Hasta se podía oler que el tipo despedía algo de “Fahrenheit”. 
El colectivo iba considerablemente lleno y por suerte logré sentarme en mi lugar favorito, que es el asiento pegado a la salida, en la ventanilla. Allí es donde siempre disfruté mirar de cerca a los que esperaban para bajar. Una interminable galería de expresiones que iban desde el gesto amargo del que ya tiene la absoluta certeza de que su vida jamás iba a tener ningún cambio hasta la luminosa alegría del muchacho que vuelve a su casa después de haber pasado otra buena mañana en el  colegio, sabiendo que le quedaba mucho camino para andar, para llevar a cabo todo lo que quisiera.
Así es que cómodamente sentado en mi lugar favorito me dispuse a hacer una descontrolada, fuera de lo común, fuerza interior, como para poder ver en ese viaje todo, absolutamente todo lo que tiempo atrás había visto en tantos otros.  
Y como por arte de magia comenzó el desfile. Enseguida empecé a divisar entre el tumulto bamboleante el trabajo de un raro ejemplar de la casi desaparecida casta, la de de los punguistas, que –aclaro- no delaté simplemente por respeto y por haberme deleitado con su delicadeza y profesionalismo, o yendo al grano, simplemente porque el sustraído en cuestión llevaba en la mano un ejemplar de la revista “Cabildo”.
Inmediatamente divisé al típico baboso que aprovechando la maravillosa coreografía general de la frenada súbita (tan hermosa como la suave inclinación de todos los cuerpos que produce el arranque) se apoya a la señorita que reacciona con una mirada de odio y una puteada mascullada en voz baja. Y un flor de pisotón, en este caso. 
Al mismo tiempo se hace una pequeña “tomada de distancia” alrededor de un señor que había comenzado a silbar en actitud nerviosa, mirando hacia arriba y con cara mas que delatora. Las tapadas de nariz y las apantalladas de cara a su alrededor demostraban que era obvio que el señor fue el emisor del pedo. 
Todo esto desarrollándose con el fondo de la voz de un vendedor ambulante que estiraba una media de mujer, tambaleando a punto de caerse.
Y lo que me causaba gracia y cierta sensación de seguridad era que el fachero colectivero también estuviera en la misma actitud escrutadora que yo, pero a través de su espejo multiabarcante, esbozando una sonrisa totalmente paternal, protectora. 
Ya el “punga” y el vendedor de medias lo habían saludado con especial cariño y respeto.
Ahí fue que el conductor-comandante gritó “¡¡¡¿¿¿Se acabaron los caballeros???!!!” clavándole la mirada al pelotudo que se hacía el distraído sentado, pegado a la embarazada agarrada de la manija del techo, casi colgada. 
Obviamente el tarado se levantó y la futura mamá se sentó haciendo una sonrisa sardónica, en complicidad con quien la miraba sonriente desde el gran espejo de adelante.
En la próxima parada, el galán al mando del vehículo le dice a alguien en la vereda: “¡Subís, pero si tocás “Merceditas!” Ahí nomás subió el alegre guitarrero, realmente muy bueno, que se despachó con varias folklóricas y luego recolectó en su sombrero sus merecidas chirolas.
Hasta ese momento todo correspondía con lo que tenía ganas de ver, esas imágenes inspiradoras que guardo desde siempre en mi recuerdo.
Aunque me faltaron algunas cosas, como el ruidito de los boletos al cortarse ¡…rrriiccc…!  las ganas del capicúa, la obra de arte de los fileteros, el dado en la palanca de cambio…
Pero lo que ocurrió después estaba completamente fuera de código, sin antecedentes en mi memoria. 
Fue que subieron repentinamente, muy violentamente, tres muchachos con armas de fuego en las manos, peligrosamente temblorosos, seguramente por los efectos del paco, a tratar de rescatar lo que fuera. Se los veía desesperados, apuntando hacia todos lados, gritando cosas incomprensibles. La locura, el miedo.
Y lo que siguió fue la mayor de las sorpresas: en menos de lo que canta un gallo el colectivero pegó un salto, prácticamente los aplastó a los tres contra el parabrisas y los arrastró hasta la vereda agarrándolos de los pelos, ya casi desvanecidos, en el mejor estilo de un enorme y feroz paseador de perros.
Después, la llegada de la policía, los muchachos con la cabeza tapada por sus remeras, en fin, la ceremonia de costumbre.
Y me siguió llamando la atención que hasta los policías parecían estar a las órdenes de aquél colectivero de película. 
Me cayó la ficha cuando me acerqué, en vías de felicitarlo y le pregunté cómo se llamaba.
El me respondió muy atentamente, vigorosamente, arreglando su corbata y las solapas de su elegante traje, oliendo a “Fahrenheit”, estrujándome la mano y clavándome los ojos desde lo alto de su cabeza tan bien peinada: “…para servirlo, caballero, mi nombre es Bondi, James Bondi…”. 
Caramba.   
 

2 comentarios:

Yael dijo...

Ja , lo que son las cosas de la vida!
Caray!!

HORACIO FONTOVA dijo...

"Revuelta y libertad" subida a Comando Amelia. ¡Maravilla!