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domingo, 9 de febrero de 2014

RECUERDOS DE MI MANO IZQUIERDA

Tengo muchos recuerdos de viajes, pero hay dos que recurren a mi memoria infatigablemente. Uno data de Sukh, una hermosa playa de las costas de Filipinas. Entre los numerosos viajeros de diferentes países con los que me crucé en ese hermoso paraje se destacaba Kozami, un surfer japonés con quien tuve una molesta seguidilla de duelos de bar y cerveza, en un mutuo y mal chapuceado inglés. Aunque confieso que mi pronunciación, de puro Instituto Cambridge de Cultura Inglesa, era brillante al lado de la de ese idiota. Eran simples discusiones entre dos que no se caían bien. Lo que aquella noche colmó mi paciencia fue la insistencia de este monigote en querer convencerme repetidamente y a los gritos la ridiculez de que en el arroz estaba el origen de la vida. Yo no estaba dispuesto a discutir semejante tontería, así es que un súbito e inesperado incremento de mi adrenalina hizo que la botella que mi mano izquierda agarraba del cuello, fuera a parar a la frente del desagradable japonés. Todo terminó muy mal. Yo quedé como el argentino patotero desubicado y el oriental como la pobre víctima. De cualquier manera este recuerdo no puede empañar ni en un ápice todo lo que pude disfrutar en Sukh, aquella hermosa playa de las costas de Filipinas. El otro souvenir me viene de un asado, en el campo de mi amigo Javier, en General Rodríguez. Allí nuevamente mi energía no fue compatible con la de otro. En este caso con la de don Ramón, el capataz de la estancia. El vino, la carne y las achuras, aunque más que nada el vino y su tendencia al desborde, hicieron que una repentina discusión entre este señor y yo subiera de tono. La insistencia de don Ramón era la de querer convencerme a grito pelado de que muchísimas vacas estaban enamoradas de él, y que podía hablar el idioma de ellas. El ridículo intento de este hombre, duró, por supuesto, hasta el botellazo que recibió en la frente, obra nuevamente de mi mano izquierda. El por qué me vuelven tanto a la memoria estos dos recuerdos, lo desconozco. Aunque a veces sospecho que esos botellazos fueron propinados por mí al no haber podido hacer que mi tremenda soberbia aceptara que tanto el japonés como el gaucho estaban en lo cierto.