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martes, 20 de enero de 2015

¡FUÉ LA MAFIA! por el padre Eduardo de la Serna.

La palabra “mafia” es un buen comodín, apropiada para diversas ocasiones. Todos sabemos qué dice, y nadie sabe qué se dice. Mafia dice mucho y no dice nada, dice “ellos” y nadie sabe quiénes son esos “ellos”. Puede ser la mafia italiana, la mafia china, la mafia rusa, la mafia vaticana, la mafia de la droga, la mafia de los trapitos, la mafia de los medicamentos truchos, la mafia de las autopartes, o muchas mafias más… Siempre la mafia ¡y listo! Del mismo modo que cuando muchos médicos no saben la causa de una enfermedad dicen “¡un virus!”, cuando ocurre un crimen, o un hecho violento lo sencillo es decir “la mafia” ¡y asunto arreglado! Es casi, casi una suerte de Fuenteovejuna violento, clandestino y con algo de chivo expiatorio. Es también insinuar un estigma sobre alguien individual o colectivo, es dirigir una mirada en cierta dirección nunca clara, pero siempre insinuada. Que la/s mafia/s existe/n no cabe duda alguna, pero precisamente por su modo de ser es también fácil atribuirle cualquier cosa que nos resulte conveniente (en realidad, es frecuente atribuirles cosas que serán creíbles para la mayoría o para un grupo importante a los grupos que tienen clandestinidad, o poca transparencia o mucho secretismo). En una muerte, provocada o inducida hay responsables, hay perpetradores, autores materiales y – muchas veces – también intelectuales. En estos casos, decir “la mafia” es dirigir o direccionar la mirada en un sentido, aunque no se mencione a nadie en especial. Y decir “la mafia” mirando en una dirección es un modo de decir que “esos” son mafiosos. Decir que tal muerte en Rosario fue provocada por “los narcos” es dirigir una mirada pero a su vez no decir nada… Los destinatarios entenderán (o eso creerán). Y todos “sabrán”, entonces, que – en otros casos – “los K” (otro modo de decir un colectivo sin decir Fulano… o Mengana) son responsables de esto terrible. Y así, los de siempre saldrán a la calle a decir, gritar, cacerolear con carteles con autores intelectuales reconocidos. Cuando ya se vuelve difícil – si no imposible – atribuir la muerte del fiscal Nisman a “terceras personas”, hay que proclamar que “la mafia” lo indujo al suicidio. Claro que… ¿cuál mafia? ¿La mafia enquistada en “la embajada” de la que tan asiduo visitante era?, ¿la mafia siria?, ¿la mafia de los servicios de inteligencia removidos las semanas pasadas?, ¿la mafia en el gobierno?, ¿la mafia de los medios hegemónicos de incomunicación?, ¿de la oposición? La mafia, ¡y basta! Cada quien entiende. La muerte de Nisman, al menos por lo que sabemos, tiene muchas aristas extrañas. Y sería de desear que los responsables de la investigación puedan avanzar con serenidad, sin apuros pero con precisión y firmeza para aclarar el hecho sin dejarse influir por los que desean que la responsabilidad o sospechas se dirijan en un sentido o en otro. Las declaraciones de varios miembros de la oposición (y su participación en la incomprensible marcha cacerolera) y los comentarios de varios periodistas estrella del Grupo Clarín no hacen sino embarrar la cancha, pretender llevar agua para sus candidatos e insinuar mafias responsables en sectores “K”. Poca seriedad por cierto, y menos periodismo todavía (aunque cada vez nos acostumbran más a esto último y quizás ya no recuerden de qué se trataba eso de ser periodistas por su afán de ser lobistas). En lo personal, del mismo modo que me solidaricé con las víctimas de Charlie Hebdó, pero afirmé “no soy Charlie” cuando se burla del islam y los musulmanes, me solidarizo plenamente con Nisman y su familia en el dolor por la muerte, pero “no soy Nisman” que regresa aceleradamente de sus vacaciones para recorrer canales de televisión ¿mafiosos? con denuncias insólitas e insustanciales entrando en un espiral difícil de sostener. Espero claridad en su muerte y en lo que lo llevó a ella y desearía silencio en los que celebraron su aparición y su compulsión denunciadora a la espera de elementos probatorios que esclarezcan una muerte de la que quizás ellos no sean tan inocentes.

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