La luna muerta flota en el Riachuelo
y alguien ya la va a venir a pescar.
En el piso se encienden algunas chispas dormidas
y desde el alquitrán de a poco todo se vuelve a iluminar.
La nube cubre toda la silueta de lo que quedó.
El alarido general no duró mucho
y no hay consuelo para los pocos que quedan.
Las vigas retorcidas tal vez sean las únicas
que guarden en la memoria lo que fue una noche de fuego,
de un febrero sin igual, la noche del final.
Las vigas, los muelles y las grúas,
los dueños de la historia del último de los carnavales,
el carnaval que de ninguna manera se va a olvidar.
Y en la oscuridad brillan algunos pocos ojos asustados
y cansados de haber llorado como nunca.
Sólo se espera que la murga salga a la pesca
de los últimos capaces de cantar. La murga del final.
Unos pocos perros humean en el viento.
También la esperan. Ya se va a acercar.
Y se van a escuchar las voces y los cueros
de los últimos que quedan.
Hay faroles que no van a alumbrar nunca mas,
pero ya se encendieron llamas allá a lo lejos
y empezaron a acercarse.
Lo único que queda es cantar y bailar.
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