viernes, 8 de julio de 2016
Desde niño me obsesionó la idea de la muerte, no existir más. Y sigo con esa obsesión. Nunca me gustó, como a nadie le gusta dejar de existir. En aquellos días, cuando a mi vieja le hablaba insistentemente de mi miedo, ella en noches estrelladas me llevaba al balcón de la mano y mostrándome el grandioso cielo me decía: "no te preocupes negrito, porque hacia allá arriba todo sigue después". Así era mi vieja querida. Y hace poco se murió mi tía Tata, a los noventa y ocho años. La querida tía Tata, tan parecida a mi vieja. Recuerdo que en una de las últimas compinches conversaciones que tuve con ella, me dijo "Y, negrito, ya me queda poco hilo en el carretel, lo único que espero es no extrañar todo esto, después". ¡Conchisumá, mi vieja y la tía Tata!
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1 comentario:
Muy bueno, amigo negro, disculpa la confianza, pero te siento algo así como un pariente cercano que vale tener. El tema es fuerte, y a veces no puedo abstraerme a pensarlo, pero al ratito nomás, le doy duro a las cosas que me gustan y me hacen bien.
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