AMOR DE ÁGUILAS - HF

Salté de la cima cuando la ví pasar entre las nubes.
Iba hermosa, con el plumón blanco de su collar henchido,
como sabiendo lo que iba a ocurrir.
Parecía que el viento ni le podía agitar las plumas,
y yo no era el único que intentaba acercarse a ella.
Otros bravos planeaban a su alrededor.
Fué su forma de girar ese hermoso cuello hacia mí,
el desafío de su mirada de ojos amarillos
anticipando garras y dolor para conseguirla,
el corral de viento que la rodeaba
y los que se iban acercando,
chillando no tan fuerte como yo,
lo que confirmó que a pesar de los miles de olores
que se confundían en el aire
los únicos que se correspondían
eran el suyo y el mío en las alturas.
Para llegar a su lado tuve que juntar valor
como para enfrentar un relámpago
o para volar en el centro de un tornado.
Era un rayo emplumado, y cuando pude clavarle mis garras
ella ya lo había hecho muchas veces conmigo.
Sus picotazos estaban hirviendo, y mientras se los devolvía
y la apresaba pico contra pico, comenzó la caída.
Rápido, cada vez más, girando apretados,
abriendo los ojos que el viento nos quería cerrar,
el viento envidioso y cómplice del juego.
Se acercaba todo lo de allá abajo, ya lo estábamos haciendo,
cayendo a toda velocidad, como nunca antes ni ella ni yo,
esperando producir su relámpago y el mío.
Y ahí fue la explosión, la erupción en el aire,
los dos picos abiertos chillando
y desgarrando las nubes a toda velocidad.
Frenar y desprendernos uno del otro fué súbito.
Ya estábamos demasiado cerca del suelo
y hubo que ganar altura con toda nuestra fuerza.
Entonces planeamos tranquilamente hasta mi lugar.
Allí acomodamos el plumaje
y los picotazos fueron cada vez más tibios y separados,
hasta que ella voló hacia su ruta nuevamente.
Ya no había ningún bravo alrededor, sólo yo en mi cima,
feliz y seguro de que nos volveríamos a encontrar.