INVENTARIO - HF

Cualquier pastor de rebaños sabe que lo que es muy caro
no es verdadero, ni seguro, ni permanente,
porque padecer del engaño de lo costoso
también ocasiona dolor.
De eso padecía en forma crónica un olvidado empresario,
a causa de ufanarse día tras día
de las costosísimas cabezas
de antílopes africanos
que colgaban en las paredes de su despacho,
un lujo que más que ensalzar a las cualidades
de los hermosos animales ya muertos y momificados,
hablaba solamente del alto precio de semejantes objetos.
Tan distintas a las del pastor de rebaños
son las inútiles costumbres del ostentoso
que sólo habla en primera persona,
que arrastra el final de las palabras,
que ni siquiera le hace algo de honor
al antiguo, hermoso Narciso.
El codicioso, el que jamás dejará de hacer gala
de ser el único poseedor
de toda la colección de un grabador japonés,
autor de desconocidas xilografías eróticas,
de un gigantesco escritorio de mármol de Carrara,
de un grueso ejemplar de ajadas tapas de cuero,
original de la obra de un olvidado heresiarca griego
que anunciaba el inexorable dogma católico,
o de un pequeño frasco conteniendo
el único antídoto para la mordedura
de una serpiente muy venenosa de Colombia.
Todo para desestimar a lo que no perteneciera
a su costoso, efímero inventario.
Ya en la historia de la humanidad
se han hecho incontables intentos civilizados
para hacer que estos personajes
que hablan sólo en primera persona
comprendan de una vez
que en la naturaleza todo tiene la misma importancia,
exactamente el mismo valor,
pero siempre resultó infructuoso.
Tal vez haya llegado el momento
de recurrir a métodos más enérgicos
de convencimiento.