La doctrina In Extremis Deo ha renacido para renovar el rigor de su antiguo propósito, el de poder establecer definitivamente una única forma de dominación, y sus devotos han despertado de un largo sueño. Le sacaron el polvo a su emblema, aquél crucifijo que obraba de señuelo para atraer a tenebrosos simios que luego serían entrenados para el engaño y la tortura, y sus antiguas metas están siendo puestas al día con todo el poder del Imperio y la cibernética, ya lejos de desfiles de oscuros escuadrones sobrevolados por bandadas de buitres, de hacer soplar fuertes polvaredas para envenenar sembradíos paganos, de producir con sus campanarios estruendos con el fin de romper tímpanos y detener sueños, ya lejos de volver a sombrías procesiones de carruajes con techos de lienzos negros, de colocar trampas seudo-herejes para atrapar rebeldes al azar, o de patrullar con naves enarbolando banderas piratas para confundir al enemigo. In Extremis Deo, la doctrina que algunos siglos atrás también se atribuyó haber civilizado a gran parte del continente ha renacido y vuelve al ataque, esta vez para impedir en forma sangrienta y sin piedad el intento de unidad popular en toda la región. Sus numerosos devotos actuarán como siempre lo hicieron: camuflados, encubiertos. Esta vez aparentando ser los honestos salvadores de antojadizos pobladores. Han regresado las alimañas, hoy impecablemente disfrazadas por los medios hegemónicos, los más fieles colaboradores de la anticuada doctrina.
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