“¡Los
perros mansos son tan ridículos
como
la tristeza de los adinerados!”
Con
ese coro los andaluces animaban
las
viejas parrandas gitanas,
que
invariablemente culminaban en la dichosa lujuria,
la
algarabía y hasta en la discordia,
siempre
con ese pasodoble sonando altísimo,
un
sonido parecido al de triturar piedras con las manos,
al
de sentir como se queman los brazos
cuando
se saca del fuego una cazuela de barro,
la
síntesis fugaz del conocimiento
a
través de un cantar desenfrenado,
que
a falta de otra cosa siempre fue lo mejor.
Para
eso servía la música de aquella vieja gitanería,
para
dar ánimo a los parranderos, hasta el final…
Cosas
que jamás lograrán imaginar ni explicar
los
que no dejan de escribir mediocridades
en
algunos periódicos, como micos nerviosos,
protestando
desesperados, sin poder llegar a definir
palabras
como amor, tiempo o dolor,
suplicando
poder entender lo que escriben,
bebiendo
el aguado café que toman los gringos,
bufando,
echando humo gris por la boca
pero
en el sentido equivocado,
el
que continúa en el espeso humo
por
donde circulan trenes
atestados
de miles de olvidados.
De
esas manos nerviosas surge
la
historia que algunos insisten en seguir contando.
Es
posible que alguna vez, sin querer,
confundidos,
se les escurra algo humano,
pero
jamás podrán imaginar ni explicar
como
daba ánimo a los viejos parranderos
aquel
antiguo, frenético pasodoble gitano.
Ilustración:
http://latabernadejudas.blogspot.com.ar/2009/03/fiesta-gitana.html
Ilustración:
http://latabernadejudas.blogspot.com.ar/2009/03/fiesta-gitana.html
1 comentario:
Usté cuando se calienta... le sale poesía. A mi solo me sale ardor estomacal.
Lamentablemente sus mus@s periodísticas laburan sin descanso.
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