Su nombre es Mun, y pertenece a una grey de supervisores que el
Absoluto envía a cualquier lugar para castigar a los excedidos en maldad.
La frase que Mun repetía constantemente y que nunca llegué
a comprender por lo críptica era “todos o ninguno”, a pesar de que insistía en
que yo sí la entendía perfectamente. Puede ser.
Ese fue mi trabajo hasta
ayer, llevar a cabo las directivas de Mun.
Otros habían sido
seleccionados por diferentes tipos de virtudes.
Yo fui elegido por poseer ese
poder transformador que hace que hasta una alimaña repugnante se convierta en
una beldad sin igual.
Un inmundo torturador en Juliette
Binoche.
Sólo gracias a esta extraña
cualidad personal soportaba mi duro trabajo.
Mi misión era castigar
malvados. Y el sistema de lo más personal.
Primero se los detectaba
(tarea de Mun), luego se los engatusaba utilizando un cambio en mi actitud que
lograba hacerme aparecer como de la misma calaña que el sujeto señalado. Ya
caído en la trampa se lo reducía haciendo sonar una cornetita paralizadora que
lo seguía manteniendo conciente, y allí comenzaba la parte ardua, solo
soportable gracias a poder cambiar momentáneamente y a mi gusto su apariencia
desagradable.
Con toda la influencia de
haber leído El Hombre Ilustrado, de Ray Bradbury, procedía a tatuar a todo
color, indeleble y minuciosamente sobre su cuerpo, sus perversas tropelías
-incluyendo hasta la más mínima infamia- comenzando por la cara.
Llevaba tiempo no dejar un
solo centímetro de su piel sin tatuar, pero había cierto paliativo artístico
que me ayudaba a hacer mas llevadera esa parte del trabajo, porque para eso
había realizado un excelente curso de tatuaje en las galerías Bond Street y
otro con un fileteador de San Telmo.
Ahí terminaba mi tarea y se
lo derivaba al Programa de Paseos.
Y la faena concluía con el
sujeto que, con sus antecedentes tatuados de pies a cabeza, era exhibido
completamente desnudo por cuanta zona habitada del país se pudiera.
Muchos años trabajé para Mun
sometiendo a los candidatos que me indicaba periódicamente. Hasta que ocurrió algo inesperadamente
nefasto.
Ya había sido concertado el
encuentro con el ruin de turno en un bar céntrico. El personaje tenía las
características de tantos otros: un aspecto libidinoso y cierto aire religioso.
Y esa típica mirada que siempre me hizo confirmar que sin duda estaba frente a
uno de ellos.
Creyendo, como era la rutina,
que el horrible personaje había mordido el anzuelo, me encaminé con el hacia mi
lugar de trabajo.
Una vez que hizo efecto la
cornetita paralizadora, mi cuerpo descargó una buena porción de poder
transformador, que lo convirtió en una bellísima mujer.
Y cuando ya estaba a punto
de comenzar con el tatuaje, ocurrió lo
inesperado. El ente gemía en un grado de placer nunca visto.
Presa del desconcierto y
cuando traté de apartarme de el me sentí absolutamente paralizado. Se dió
vuelta y me miró. Sus súbitos ojos amarillos hicieron que me hirviera la cara,
mientras mi cuerpo comenzó a moverse fuera de control adherido a esa cosa que
ya había comenzado a rebotar contra las paredes chapoteando en el inmundo
miasma que comenzó a exudar.
Lo último que pude oír antes
de perder el conocimiento y sintiendo que había llegado mi fin, fue el sonido
horripilante de su voz infrahumana que pronunciaba algo incomprensible.
Supongo que ese estado de
terror por el que jamás había transitado hizo que mi organismo se derrumbara.
Cuando desperté en medio de semejante inmundicia el ser había desaparecido y
fui arrastrándome hasta la puerta tapándome la nariz. El hedor era
insoportable. Era el famoso, ignominioso y antiguo olor del azufre.
Confieso que lejos de tener
que hacer el acostumbrado reporte de mi trabajo, sentí ganas de desaparecer,
pero sé que hubiera sido encontrado por Mun o algún otro Controlador, donde
fuera.
Así es que me preparé para la
reunión inevitable pensando en mil formas de lograr que se aceptara mi
renuncia.
Y allí estaba otra vez Mun. Esta vez, su belleza descomunal (que siempre le alabé por haber elegido tan
hermoso cuerpo femenino para hacer su trabajo en estos lugares y que ¡dios
mío! más de una vez me hizo suponer que
al fin yo había encontrado al gran amor de mi vida)
no logró disolver el pánico que seguía haciendo que mi sangre estuviera mas espesa que nunca.
Pero su extraño gran poder y
la dulzura de sus ojos color de uva hicieron que a los pocos minutos yo volviera
a sentir lo de siempre: devoción y amor sin límites.
Y como sé que me debo para
siempre a este mandato, le pregunté si no había alguna forma de protegerse de
horribles y peligrosos imprevistos como este.
Su respuesta hizo que tuviera
que aceptar lo que siempre pretendí no comprender: “todos o ninguno, vos
también vas a pagar por esto.”
Y sin soltarme las manos
agregó con la hermosa letanía de su voz que mi desgraciado encuentro con uno de
los Innombrables podía no ser el último. Porque había muchos más. Y peores.
Ilustración:
http://nachob-elmonstruoenmi.blogspot.com.ar/2011/03/de-suenos-y-monstruos.html
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