Somos perfectas, las de mayor éxito en toda la naturaleza,
las de las colonias tan organizadas que pueden ocupar
grandes territorios, compuestas por millones de nosotras.
Formamos castas de obreras, soldados
y otros grupos más que especializados.
Somos superorganismos al servicio de nuestras veneradas reinas,
somos una entidad única, trabajando colectivamente
en apoyo de la universal colonia fórmica,
la envidia del imperialismo humano,
el que jamás logrará superar a nuestro perfecto régimen.
Ya es archisabido que hemos colonizado
casi todas las zonas terrestres
y no vayan a decir que no sabemos de matemáticas,
pues, con exactitud, las hormigas somos aproximadamente
novecientos mil septillones viviendo sobre la Tierra.
Es decir, un treinta y cinco por ciento de toda la masa animal.
Y seguimos creciendo, modificando hábitats,
aprovechando los recursos y mejorando minuto a minuto
nuestra impecable capacidad de ataque y defensa.
Somos la gran cooperativa, las mutualistas del mundo,
las expertas en la división del trabajo,
la comunicación entre individuos y la capacidad
de resolver los problemas mas complejos, los más engorrosos.
Inútiles paralelismos con las sociedades humanas
fueron durante mucho tiempo sólo fuente de envidia e inspiración
por parte de los incapaces dirigentes bípedos.
Hasta dieron en su caótica historia un papel preponderante
a la imitación de nuestra forma de utilizar el alimento,
de nuestra medicina y hasta de nuestros ancestrales,
inimitables rituales.
Siempre en conflicto con nosotras,
y sin nuestra capacidad de explotar cualquier tipo de táctica,
los fracasados conquistadores humanos
jamás podrán evitar
que les sigamos dañando cultivos e invadiendo edificios.
Y ya no vale la pena ocultarles, ni siquiera por simple conmiseración,
que el último proyecto pendiente de nuestro ejemplar imperio
está en plena marcha y es irreversible.
Finalmente las hormigas estamos en condiciones de ocupar la Antártida.