Hugo
Sánchez es cabo de la policía desde hace mucho tiempo.
Como
de costumbre, volvía en colectivo a su casa de Villa Lugano.
Había
estado parado en una esquina muchas horas,
caminando
sólo algunos metros a la redonda,
sin
mate ni cigarrillos,
ya
acostumbrado a pensar en casi nada,
solo
mirando pasar la gente al lado suyo,
saludando
a la misma media docena de casi todos los días.
Ahora,
moviendo los dedos de los pies doloridos
dentro
de sus zapatos, suspirando de vez en cuando,
hojeaba
la revista que le había regalado días atrás
don
Raúl, el diariero.
Ya
había oído hablar algo de las cosas que leía,
y
todo eso le resultaba extraño, lejano.
Palabras
no escuchadas antes, “autoayuda”, “macrobiótica”,
“alimentos
orgánicos” o en otro idioma,
“reiki”,
“feng-shui”, “tai-chi-chuan”.
Aunque
un poco de alivio le hacía sentir.
Por
lo menos no era la lectura fanática y de rigor
de
El Gráfico o las páginas policiales de Crónica.
Esta
cosa nueva le provocaba en la boca del estómago
el
cosquilleo de una impensada posibilidad
de
huir del corral.
Como
un desafío ilegal que debía mantener en secreto.
Porque
ya le habían dicho que todo eso era para maricones.
Bajar
del colectivo todos los días ya tenía su marca en la vereda.
Siempre
apoyaba el pie derecho en el mismo lugar,
y
el recorrido de las tres cuadras hasta su casa
era
un sendero formado por su huella.
Recién
hoy Sánchez pensó en eso, y sonrió mientras caminaba.
Al
llegar a su casa, con la revista oculta
entre los papeles del bolso,
abrió
la puerta, besó a su esposa Gladys
y
saludó a sus hijos, compenetrados frente al televisor.
Después para Sánchez lo de siempre:
mate,
ducha, pijamas, chinelas y a comer.
Excepto
un súbito comentario.
Casi
sin darse cuenta le preguntó a su mujer si tenían arroz integral.
Ella
le respondió que no, que sólo tenían arroz blanco,
sin
querer saber el porqué de la pregunta,
que
podría haber sido cualquier otra.
Después,
cenar albóndigas con puré y a la
cama .
Un “hasta mañana, mi amor" y hacer fuerza para dormirse,
sin
poder dejar de pensar en el viaje en colectivo de mañana,
donde podría seguir leyendo esa revista
durante
una hora sin que nadie lo viera.
Las
semanas que siguieron
no
fueron muy diferentes a las de siempre.
Aunque
hubo algunos cambios.
El
churrasco desapareció, quedó la ensalada.
El
choripán también. Apareció la tarta de
verduras.
El
vino y la cerveza se transformaron en agua mineral
y
la empanada de carne picante en una de humita.
Lo
que aumentaba, junto con un sentirse mas liviano,
no
solo de cuerpo sino también de algo mas adentro,
era
su secreta colección de la revista
que
religiosamente le regalaba cada semana el diariero don Raúl.
Sánchez
estaba un poco más feliz.
Solo
quedaba la comida nada macrobiótica
de
su mujer Gladys, a la noche.
Pero
no importaba, porque ella cocinaba como nadie.
Y
por primera vez se pudo sentir orgulloso
de
no haber disparado nunca su arma,
a
pesar de dormir con ella bajo la almohada todas las noches.
Ya
no tenía que cumplir con herir o matar a alguien
para
no creerse un cobarde.
En
la comisaría hasta se le había escapado algún
“¡Paz
y amor, loco!” después de haber leído aquello
de
lo que hablaban Gandhi y John Lennon.
Y
no le importaban las cargadas de los otros policías,
los
“¡Ché, Sánchez!, ¿No estás muy flaco, vos?...
¡Cortala
con esa cosa de putos, gordo!”
El
respondía que se estaba cuidando del colesterol,
pero
en realidad no tenía la menor intención
de
hacerse un análisis de sangre.
Pero la rutina de Sánchez no cambió demasiado.
Sin
olvidarse del todo de la nueva comida,
no tardó mucho en volver a sentirse
opíparamente vivo
con
su querido asado, su compañero el tinto y sus viejas amigas
las
maravillosas y picantes empanadas salteñas.
Tampoco
siguió disimulando su nuevo hallazgo.
Ahora
Osho y Deepak Chopra estaban en su mesa de luz
y la revista que don Raúl le siguió regalando
cada semana
ya
la leían su mujer y algunos de sus
compañeros de la comisaría.
Y nunca se olvidaba, al bajar del colectivo todas las noches,
de
sonreírle a su querida huella,
cada
día más profunda en la vereda.
5 comentarios:
sí, me gustó!
pero esta frase (la que copio abajo de éstas) condensa todo para mí.
qué bueno cuando uno llega a este lugar.
ojalá pudiéramos siempre todos.
"Y por primera vez se pudo sentir orgulloso
de no haber disparado nunca su arma,
a pesar de dormir con ella bajo la almohada todas las noches.
Ya no tenía que cumplir con herir o matar a alguien
para no creerse un cobarde."
si te fijás es una metáfora maravillosa!
gracias por tus cuentos que siempre obligan a tomar una posición.
abrazo, Claudia.
Negro sos un artista,por un momento me sentí dentro del relato.
Estaba en la emoción a cuentagotas del cobani,me sentí el cobani.
Me transmitiste una emoción,eso es lo que hace un artista,transmitir emociones.
Gracias y un Abrazo.
muy bueno Horacio. De eso se trata, posibiltar el cambio y desde ya: dar el paso.
fuerte abrazo.
Fernando
Muy bueno Negro
Me enganchó de inmediato. Y eso sólo ya es un mérito.
Está para hacer un guión.
Un abrazo
Fer Casas E.
¿Osho? Le via dar por el Osho, tagarna!!!
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