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de acción pequeña pero contribuyente.
¡AMELIA VENCE!

miércoles, 18 de abril de 2012

LA HISTORIA DEL CABO SÁNCHEZ - HF

















Hugo Sánchez es cabo de la policía desde hace mucho tiempo.
Como de costumbre, volvía en colectivo a su casa de Villa Lugano. 
Había estado parado en una esquina muchas horas,
caminando sólo algunos metros a la redonda,
sin mate ni cigarrillos,
ya acostumbrado a pensar en casi nada,
solo mirando pasar la gente al lado suyo,
saludando a la misma media docena de casi todos los días. 
Ahora, moviendo los dedos de los pies doloridos
dentro de sus zapatos, suspirando de vez en cuando,
hojeaba la revista que le había regalado días atrás
don Raúl, el diariero. 
Ya había oído hablar algo de las cosas que leía,
y todo eso le resultaba extraño, lejano.
Palabras no escuchadas antes, “autoayuda”, “macrobiótica”,
“alimentos orgánicos” o en otro idioma,
“reiki”, “feng-shui”, “tai-chi-chuan”. 
Aunque un poco de alivio le hacía sentir. 
Por lo menos no era la lectura fanática y de rigor
de El Gráfico o las páginas policiales de Crónica. 
Esta cosa nueva le provocaba en la boca del estómago
el cosquilleo de una impensada posibilidad
de huir del corral. 
Como un desafío ilegal que debía mantener en secreto.
Porque ya le habían dicho que todo eso era para maricones.
Bajar del colectivo todos los días ya tenía su marca en la vereda. 
Siempre apoyaba el pie derecho en el mismo lugar,
y el recorrido de las tres cuadras hasta su casa
era un sendero formado por su huella. 
Recién hoy Sánchez pensó en eso, y sonrió mientras caminaba.
Al llegar a su casa, con la revista oculta 
entre los papeles del bolso,
abrió la puerta, besó a su esposa Gladys
y saludó a sus hijos, compenetrados frente al televisor. 
Después para Sánchez lo de siempre:
mate, ducha, pijamas, chinelas y a comer. 
Excepto un súbito comentario. 
Casi sin darse cuenta le preguntó a su mujer si tenían arroz integral. 
Ella le respondió que no, que sólo tenían arroz blanco,
sin querer saber el porqué de la pregunta,
que podría haber sido cualquier otra.
Después, cenar albóndigas con puré y a la cama
Un “hasta mañana, mi amor" y hacer fuerza para dormirse,
sin poder dejar de pensar en el viaje en colectivo de mañana,
donde  podría seguir leyendo esa revista
durante una hora sin que nadie lo viera.
Las semanas que siguieron
no fueron muy diferentes a las de siempre.  
Aunque hubo algunos cambios.
El churrasco desapareció, quedó la ensalada.
El choripán también. Apareció la  tarta de verduras.
El vino y la cerveza se transformaron en agua mineral
y la empanada de carne picante en una de humita. 
Lo que aumentaba, junto con un sentirse mas liviano,
no solo de cuerpo sino también de algo mas adentro,
era su secreta colección de la revista
que religiosamente le regalaba cada semana el diariero don Raúl.  
Sánchez estaba un poco más feliz.  
Solo quedaba la comida nada macrobiótica
de su mujer Gladys, a la noche. 
Pero no importaba, porque ella cocinaba como nadie. 
Y por primera vez se pudo sentir orgulloso
de no haber disparado nunca su arma,
a pesar de dormir con ella bajo la almohada todas las noches.
Ya no tenía que cumplir con herir o matar a alguien
para no creerse un cobarde. 
En la comisaría hasta se le había escapado algún
“¡Paz y amor, loco!” después de haber leído aquello
de lo que hablaban Gandhi y John Lennon.
Y no le importaban las cargadas de los otros policías,
los “¡Ché, Sánchez!, ¿No estás muy flaco, vos?...
¡Cortala con esa cosa de putos, gordo!” 
El respondía que se estaba cuidando del colesterol,
pero en realidad no tenía la menor intención
de hacerse un análisis de sangre.
Pero la rutina de Sánchez no cambió demasiado. 
Sin olvidarse del todo de la nueva comida,
no tardó mucho en volver a sentirse opíparamente vivo
con su querido asado, su compañero el tinto y sus viejas amigas
las maravillosas y picantes empanadas salteñas. 
Tampoco siguió disimulando su nuevo hallazgo. 
Ahora Osho y Deepak Chopra estaban en su mesa de luz 
y  la revista que don Raúl le siguió regalando cada semana
ya la leían  su mujer y algunos de sus compañeros de la comisaría. 
Y nunca se olvidaba, al bajar del colectivo todas las noches,
de sonreírle a su querida huella,
cada día más profunda en la vereda.

5 comentarios:

claudia dijo...

sí, me gustó!
pero esta frase (la que copio abajo de éstas) condensa todo para mí.
qué bueno cuando uno llega a este lugar.
ojalá pudiéramos siempre todos.
"Y por primera vez se pudo sentir orgulloso
de no haber disparado nunca su arma,
a pesar de dormir con ella bajo la almohada todas las noches.
Ya no tenía que cumplir con herir o matar a alguien
para no creerse un cobarde."
si te fijás es una metáfora maravillosa!
gracias por tus cuentos que siempre obligan a tomar una posición.
abrazo, Claudia.

Moscón dijo...

Negro sos un artista,por un momento me sentí dentro del relato.
Estaba en la emoción a cuentagotas del cobani,me sentí el cobani.
Me transmitiste una emoción,eso es lo que hace un artista,transmitir emociones.

Gracias y un Abrazo.

Poesía del mondongo dijo...

muy bueno Horacio. De eso se trata, posibiltar el cambio y desde ya: dar el paso.

fuerte abrazo.
Fernando

Fernando dijo...

Muy bueno Negro
Me enganchó de inmediato. Y eso sólo ya es un mérito.
Está para hacer un guión.
Un abrazo
Fer Casas E.

El Sudaca Renegau dijo...

¿Osho? Le via dar por el Osho, tagarna!!!