En una isla sombría, siguiendo su curso 
sin poner freno, rebuzna el asno con sonido
vibrante, 
exponiendo los méritos que fundamentan 
su  jerarquía
de gran macho. 
Trota levantando nubes de polvo, 
estampando sus huellas entre las hojas.
Llama a la ninfa con su cantar
acompañado de ardientes vaivenes, 
y el gran mérito bajo su vientre 
se parece al molde donde se fundían los metales 
para forjar a las espadas,
al arcabuz que usaban los moros para la guerra. 
Tal vez sea esa la razón 
por la que todas las aves de la isla 
arrobadas por el asno, 
intentan infructuosamente 
imitar el canto de la ninfa, 
como un gigantesco coro equivocado, 
haciendo salir de sus picos 
una multitud de chillidos de hembras desesperadas.
Anochece en el oscuro y cautivante arrecife de forma
de hoz 
y por todas partes aún se huele
el añejo perfume homérico de algunos dioses   
que fueron confinados allí siglos atrás.   
Las aves ya se callaron y llega la hora del
encuentro. 
A lo lejos comienza a oírse la voz 
caliente y embelesada de la ninfa que se acerca. 
El burro espera, enamorado.

4 comentarios:
confieso que ha logrado sonrojarme...
Muy bueno Horacio, poético y excitante, maestro!
No perdono a la burra enamorada,
no perdono, pero si se vuelve desatenta,
no perdono a la paloma ni al chotacabras...
Mis respetos.
Su texto me recordó el nombre de la pizzería nueva del barrio. Le juro que es verdad: un día de estos le saco una foto y se la mando. Se llama "Te parto en ocho".
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