¡Soldado, saque
pecho! ¡Vista al frente! ¡Manos bien pegadas!
¡Baje los hombros! ¡Ojos bien abiertos! ¡Tacos juntos! ¡Codos hacia adelante! ¡Cierre la boca! ¡Levante la cabeza! ¡Ponga cara de guerra, soldado!, vociferaba el teniente Magoya, y yo no sólo aceptaba sus “sugerencias” sino que hasta llegaba a triplicar el efecto deseado.
¡Baje los hombros! ¡Ojos bien abiertos! ¡Tacos juntos! ¡Codos hacia adelante! ¡Cierre la boca! ¡Levante la cabeza! ¡Ponga cara de guerra, soldado!, vociferaba el teniente Magoya, y yo no sólo aceptaba sus “sugerencias” sino que hasta llegaba a triplicar el efecto deseado.
Mis ojos bien abiertos eran
los de un hipertiroidico, el pecho hinchado el de un búfalo a punto de estallar
y la cara de guerra hubiera asustado a Rasputin. Y resoplaba como una bestia
enfurecida.
A un ¡carrera marrr..!
¡cuerpo a tierra! en el que mis compañeros a mi alrededor bufaban de mala gana
apoyando una rodilla, después la otra, hasta acostarse boca abajo con cara de
¡porqué no te vas a la concha de tu madre!, yo emitía un alarido de chacal y
efectuaba un ridículo, exageradísimo salto de clavadista ornamental para
caer de cara al piso en medio de una
polvareda.
Al siguiente ¡fiiirrrmes!, mi
taconear de húsar enardecido sonaba mucho más que lo normal, mi boca mostraba
los dientes y en mis ojos inflamados se podía leer ¿qué más querés, monigote?
¡puedo volar si quiero, milico pelotudo!
No tuvieron más remedio que
considerarme un “buen soldado”, a pesar de que los cabrones sospechaban que me
burlaba de ellos en cada baile.
Y confieso con gran placer
que dejé a muchos de esos tarados con las ganas de verme cometer algún
traspié. Las trampas fueron muchas, pero jamás pudieron. Y me divertí
muchísimo.
En una ocasión llegué tarde a
una formación y mantuve el siguiente excéntrico diálogo con un sargento con
aspecto de armadillo:
-¡Soldado! ¿de donde viene?
-Mi sargento, vengo de…
-¡Cállese la boca, le estoy
preguntando de donde viene!
-Vengo de…
-¡Cállese y conteste! ¿De
donde viene?
-Mi sargento, vengo de…
-¡Cállese, carajo, y conteste
de donde viene, soldado!
Y así sucesivamente. Ionesco
del mejor.
Pero lo más curioso de ese
año fue el episodio de la sangre.
Una mañana, después del
despertar súbito por los chillidos de un
marrano vestido de verde, su pito estridente, el tener que clavarse uno
como una estaca a los pies de la cama entre bostezos, puteadas interiores cada
vez más diluidas y el acostumbrado pasaje por el agua casi fría del baño enorme
y helado, venía el delicioso desayuno: un jarro de mate cocido y un pan.
Pero ese día no lo hubo, sino
que directamente nos hicieron marchar hasta una de las compañías, de donde
salían y entraban ambulancias.
Preguntándonos porqué hacíamos una cola en ayunas para entrar al edificio, vimos salir de
ahí a algunos desmayados sostenidos por otros pálidos compañeros, que con una
expresión desesperada y disimuladamente se señalaban el medio del brazo.
Cuando entré, el espectáculo
era un centenar de camas, cada una con un joven canalizado conectado a un
frasquito que colgaba a su lado y se llenaba de sangre. Ese día nos sacaron un
cuarto de litro a cada uno, y en el cuartel éramos más de mil. Nunca se pudo
saber adonde fue a parar semejante cantidad de plasma. Jamás dieron una
explicación.
Por aquellos días se
celebraba un recordatorio de la Campaña del Desierto y a muchos de nosotros nos
tocó hacer de mozos en el Casino de Oficiales. La comida era una descomunal
parrillada.
Con los pies doliéndonos de
tantas idas y venidas y desesperados de ganas de probar algo, en una de
las parrillas un cabo sudoroso y compasivo nos hizo un regalo revelador a un
par de nosotros. Nos obsequió unas achuras que, según el dijo, se procesaban en
un frigorífico muy cercano al cuartel.
Y mientras saboreábamos a
escondidas unas inolvidables morcillas, nos sumimos en un estado que jamás
volvimos a sentir, un extraño arrobamiento que nos producía ese sabor tan
familiar.
Y no quisiera pasar por un
mitómano neurótico, pero esas morcillas tenían demasiado gusto a nosotros.
4 comentarios:
que final. Uh, la colimba, si habrá para contar, pero en una cosa coincido contigo por haberlo vivido. Yo tuve una vez este diálogo, dado como con confianza:
- Yo no lo entiendo soldado, lo estamos bailando, rompiendole las rodillas, matándolos y usted, con esa sonrisa en la cara...
- Sabe que pasa, por más que me rompan todo, cuando termine todo esto, me vuelvo a casa, pero usted.. usted eligió ser parte para siempre de esta mierda.
- Carreramarrrr tagarna!
Fin del diálogo. Saludos
puajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj.
Genial!!!, eso es puro humor nigger!!!!. Abrazosísimo
Corre,limpia y va ,en un cuartellllll..recuerdo las veces que me disponía a salir de franco,tenia que bajar los huevos que quedaban en el portón de entrada , durante nuestra permanencia en el interior del cuartel ..de pequeño yo tenia un marcado sentimiento armamentista jaja con razon los testiculos de jehova no comen morcillas
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